miércoles, 25 de junio de 2014

Es tan chiquito

Mañana Tomás cumple tres meses. En menos de una semana vuelvo a trabajar, cumpliendo por poco más de 20 días con medio horario. Stress. Angustia. Miedo. Tristeza.

Pero desde que empezamos a hablar sobre hijos con mi esposo, supimos que este momento llegaría. Re contra superados y como padres modernos, la teníamos clarísima. Pero esa claridad iría cambiando a medida que Tomás iba tomando forma en mi panza y en nuestras vidas. Ya durante el embarazo, veía bebés de tres meses y pensaba "qué chiquito es para tener que dejarlo en un maternal". Pero con el padre evitábamos pensar en eso... después de todo "faltaba mucho".

Después que nació Tomás, las primeras semanas estaban ya lo suficientemente repletas de caos y desconcierto como para preocuparnos por lo que pasaría en más o menos 14 semanas. Pero fue llegar exactamente a la mitad de mi licencia maternal, a las siete semanas de vida de Tomás... y darme cuenta que la realidad no era esta burbuja de amor en la que vivimos todos los días con mi pequeño hombrecito.

Es verdad que los primeros 15, 20 días fueron difíciles, con recriminaciones para mi esposo, con llantos por descubrir una Flor diferente que casi nada podía hacer por no tener ni un minuto libre en el día (aunque sí tenía algunas horas en la tarde, cuando mis padres venían a casa a darnos una mano, ya fuera tener a Tomás en brazos mientras yo dormía un rato o limpiar los platos sucios de la noche anterior).

Hoy, a menos de una semana de volver a laburar, aún sigo buscando el lugar perfecto donde dejar a mi hijo. Porque es nuestro tesoro más grande (por más cliché que sea esta frase, es tan real que la escribo y lloro), y quiero saber que estoy haciendo lo mejor para él. Es tan difícil, es tan chiquito. Necesita tantas cosas, y su papá y su mamá estarán tantas horas lejos de él sin poder dárselas. Y vuelvo a llorar.

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