viernes, 27 de junio de 2014

Días difíciles (o la Oda a mi marido)

Los primeros 10 días de vida de Tomás, los pasamos toda la familia junta en casa. Poco más de dos días en el hospital y luego del alta, llegó el momento de volver a casa con los miedos típicos de los padres primerizos (y los más específicamente nuestros). Supongo que casi la mayoría tuvo esa necesidad de salir urgente del hospital, seguida por la duda muy bien fundada de "¿estaremos preparados para pasar esta primera noche solos en casa, sin enfermeras, sin los doctores al alcance de la mano?" Y sí, efectivamente, todos estamos preparados para cohabitar en nuestro hogar con más o menos complicaciones.

Pero no es de esos primeros 10 días que les quiero hablar. Es de ese día 11, del 12... y así sucesivamente hasta no recuerdo qué día. Ese momento en que el papá volvió a trabajar y quedamos solos mano a mano Tomás y yo. Fue hermoso, pero no fue fácil. Sobre todo por esa dependencia absoluta que insisten en tener los bebés para con sus madres. Y no sólo hablo de la teta. Hablo de ese despertar por su marraneo (1), abrir los ojos y saber que tenés que actuar con cierta inmediatez para cambiarlo y prenderlo de la teta. Porque las cambiadas de pañal de la noche siempre fueron del padre. Trabajo en equipo: papá lo cambia, mamá da la teta y hace provechito. El pequeño afortunadamente se duerme solito.

Volviendo al tópico de este post, desde el momento en que el padre se va a trabajar y nos deja solitos durmiendo o en el medio de una teta, ahí pasamos a ser el combo perfecto de mamá-hijo. Pero ese combo necesitó perfeccionarse, porque (como les decía) fueron días difíciles. Sentía que el resto de mi vida iba a ser eso... ser madre y nada más. Ahora lo veo en perspectiva y me digo: "pedazo de pelotuda". Sí señores, soy madre y muchas cosas más. Sigo siendo muchas cosas más, pero nadie nos enseña a disfrutar desde el momento en que nace nuestro hijo, aclarándonos que si estamos bien rodeadas por seres que nos aman y nos miman, si elegimos bien a nuestro compañero, seguiremos siendo todo lo que siempre fuimos. O tal vez podemos tener la opción de ser una versión mejorada de nosotras mismas.

Eso me costó unos días. Creo que unos 10 días desde que el padre volvió a laburar con regularidad. Y dos por tres al final de su jornada laboral, se encontraba con esta madre agotada y hormonalmente dada vuelta, que le reprochaba y no, que le decía y no. Porque tampoco era contra él. Ni obviamente contra mi hijo. Era contra el sistema. Era contra algo más grande que nunca supe definir. Pero me aterraba la idea de imaginarme perdida en un mundo de madres despeinadas y mal vestidas, "por culpa de sus hijos". Durante este último año he leído mucho blog y mucha web de embarazo y maternidad, y sobre todo me he encontrado con mucha madre resentida. Y ese resentimiento se basa en no estar bien acompañada. Porque siempre que leo a esas madres pienso, cuando decidieron tener un hijo, ¿no conocían al hombre que tenían al lado? ¿O es que todavía siguen creyendo en la historieta de la telenovela en la que la muchachita se embaraza para quedarse con el galán? ¿Piensan que si antes estaban emparejadas con un determinado tipo de hombre, de la noche a la mañana (o mejor dicho: de la panza al bebé en brazos) van a cambiar por simple ósmosis?


Éramos tan jóvenes y sin hijo.


Creo que nunca hubiera sido madre, si no hubiera encontrado a Pablo. Porque supe desde siempre (desde que lo conozco) que él es un ser especial. Y fue él quien me sacó de ese lugar de madre mártir. Porque acompaña, porque ES PADRE, porque no le hace frente a lo desconocido, porque es todo ternura frente a su hijo, porque es todo amor para su esposa. Porque fue él quien me insistía en que me vistiera de "gente" (abandonar los camisones horrendos que usé en el hospital, ayudaron tremendamente en mi recuperación mental). Porque fue él quien me alentaba a salir de casa, a dar una vuelta, a ir a dar un paseo, a buscar la excusa de un café con una amiga para ir volviendo a ser yo de a poquito. Porque todavía hoy está dispuesto a mover a toda la familia hasta el Centro, el sábado al mediodía, sólo para que yo pueda nadar un rato en el club. Y ni que hablar de mi desesperación por querer ir a la depiladora pasadas unas semanas del nacimiento de Tomás... y fue Pablo quien se ideó toda la movida para que pudiéramos ir los tres en el auto, por si yo demoraba mucho y el pequeño tenía hambre.




Pero hablé de estar bien acompañadas, y obviamente la participación de mis padres ha sido fundamental. Ese será otro post, porque este comenzó siendo una cosa, pero terminó transformándose en una Oda a mi marido. Y es que verdaderamente se la merece. Y es que realmente lo amo.




(1) Marraneo: término utilizado por estos padres para referirse a ese estado en el que el niño no está completamente cómodo, pero tampoco está en un llanto desgarrador. "Ah, ya está marraneando"


No hay comentarios:

Publicar un comentario